Tiene por delante un viaje de varias horas, pero todo indica que el vuelo será ameno. Muy cómoda en primera fila, choca su copa de champaña con la de su amiga, brindando por los hermosos días compartidos. Encuentra como único inconveniente cierto sonido que proviene de vaya a saber qué parte del avión, una melodía cacofónica e insistente...
Son las 6 AM en punto. Apaga con los ojos entrecerrados la alarma, mientras lamenta que, justo cuando empieza a disfrutar de un buen dormir, es cuando tiene que levantarse. Su niña duerme a su lado con una placidez cuasi angelada.
Apenas tiene tiempo de de asearse, cambiarse y salir. Está amaneciendo.
Mientras camina, todavía con resabios de lo soñado, se pregunta cómo hace toda esa gente para manejar colectivos, atender panaderías, es decir, ser funcionales a horas tan tempranas. En su trayecto, va cruzando miradas con otros transeúntes. Pero su mirada es curiosa e interpela: ¿Adónde va? ¿Por qué su gesto es tan adusto?¿Es feliz?
La brisa fresca le besa la frente. Mientras espera que el semáforo se ponga en verde, alza la vista y se complace enormemente con los tenues colores del cielo, hermoso presente al alcance de todo aquel que quiera ver mas allá de los rascacielos. Enjuga sus ojos humedecidos de una genuina emoción.
El hecho de llegar a su trabajo, le obliga a romper abruptamente con el estado de ensoñación que la acompañó durante los treinta minutos que duró su caminata. Otra vez el small talk de todos los días, al que odia profundamente pero que entiende que no puede eludir.
Bebe un café bien cargado de aroma y sabor, aferrándose con uñas y dientes a esos placeres sensoriales y procurando de esa manera que su mañana laboral sea menos insípida. Se pregunta qué haría si no pudiera tomar café. De a poco se van activando los dispositivos que la conectan al mundo exterior y material. Se activan sus cuerdas vocales, su facilidad de respuesta, sus bromas livianas y su sonrisa de fotografía publicitaria. Ya puede transitar el día siendo "funcional", respecto a lo que los demás esperan de ella.
Small talk every where. Por fortuna, entre tanto deber y tanto aparentar, alguno que otro ser le regala una frase real, o una intención de escucha sincera, e incluso un chiste gracioso (gracioso de verdad). Su corazón agradece estos gestos celestiales.
Deberes, cuentas, presión, clientes. Que el gasista, que el almuerzo, que el colegio, que la plata. Confusiones, entredichos, tensiones , y algún que otro error. Más clientes, más cuentas, más deberes, más charlas vacías.
A la una de la tarde se siente muy cansada. Su espalda dolorida es el signo inequívoco de los constantes nervios y de tantas horas apoltronada en su escritorio.
Llega su horario de salida y con ello el consuelo que le propinan las caricias de sol en su rostro. Le duelen los ojos por tantas horas de pantalla pero no le importa, disfruta sin tapujos de la tibieza de la siesta, mientras se calza los auriculares para seleccionar meticulosamente las canciones que formarán parte de esa escenografía del regreso a casa.
Con el cansancio pegado en la piel y los dedos marcados con las bolsas del supermercado, saluda cariñosamente a su hija y le pregunta cómo le fue.
Más tarde, mientras la cena se cocina a fuego lento, se encuentra perfumando y doblando la ropa para el día siguiente. Repentinamente se levanta un viento que corre las cortinas: la noche, inmensa, se expone en todo su esplendor. Se estremece con el brillo de la luna, inhala profundo, se pierde en el azul profundo del universo y sus misterios cuando se percata de la presencia de su hija, que también mira el cielo, embelesada como ella. Reconoce en sus ojos la emoción genuina que deriva de ese presente perfecto. Su manera de observar el mundo vive también en la niña.
A continuación, parece que el tiempo se detiene. El reloj deja de latir, el vapor de la olla donde se cuece la cena queda suspendido en el aire. Sólo ella se mueve. En ese silencio inmóvil, siente que la casa respira al compás de su propia respiración. Se acerca a su hija, acomoda un mechón de su pelo atrás de la oreja y le susurra algo que nunca se había atrevido a decir antes.
El tiempo reanuda su curso, y la adolescente la mira, y sonríe cómplice.
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